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La ciudad de Dios

apóstoles, hijos de gente humilde, sin la visualidad de la cuna y sin letras, para que todos los portentos que obrasen y cuanto fuesen, lo fuese é hiciese el Señor en ellos. Tuvo entre ellos uno malo para cumplir, usando bien del perverso, la disposición celestial de su Pasión y también para dar ejemplo á su Iglesia de cómo debían tolerarse los malos. Y habiendo sembrado la fructifera semilla del Evangelio, lo que convenía y era necesario por su presencia corporal, padeció, murió y resucitó, manifestándonos con su Pasión (dejando aparte la majestad del Sacramento, de haber derramado su sangre para obtener la remisión de los pecados) lo que debemos sufrir por la verdad, y con la resurrección, lo que debemos esperar en la eternidad. Conversó después y anduvo cuarenta días entre sus discípulos y á su vista subió á los Cielos, y pasados diez días les envió el Espíritu Santo de su padre que les había prometido, y el venir sobre los que habían creído fué entonces una señal muy particular y absolutamente necesaria, pues en virtud de ella, cada uno de los creyentes hablaba las lenguas de todas las naciones, significándonos con esto que había de ser una la Iglesia católica en todas las gentes, y que por eso había de hablar todos los idiomas.



CAPÍTULO L

De la predicación del Evangelio, y cómo vino á hacerse más — ilustre y poderosa con las persecuciones y martirios de los predicadores.


Después, conforme á aquella profecía (1), en que se anunciaba «cómo la ley había de salir de Sión y de Je(1) Isaias, cap. II.