CAPÍTULO IX
Baste por ahora decir que Platón vino á resolverse en que el fin del sumo bien era vivir según la virtud, el cual solamente podía alcanzarle el que tenía conocimiento de Dios y le imitaba en sus operaciones, y que no era por otra causa bienaventurado; por lo que no duda asegurar que el filosofar rectamente es amar á Dios de corazón, cuya naturaleza es incorpórea; de cuya doctrina se infiere, efectivamente, que entonces será bienaventurado el estudioso y amigo de la sabiduria (que esto mismo quiere decir filósofo) cuando principiare á gozar de Dios: pues aunque no sea incontinenti feliz el mismo que goza del objeto amado, porque muchos, apreciando lo que no debe amarse, son miserables, y mucho más cuando gozan de su felicidad: sin embargo, ninguno es bienaventurado si no goza de lo que ama, mediante á que aun los mismos que aman los objetos que no deben amar no imaginan que son felices sino cuando los gozan. Cualquiera que disfruta aquello mismo que ama, y aprecia al verdadero y sumo bien, ¿quién sino un hombre estúpido y miserable puede negar que es bienaventurado? Este mismo verdadero y sumo bien, dice Platón que es Dios, y por eso desea el filósofo sea amante de Dios, pues supuesto que la filosofía pretende y endereza sus especulaciones al goce de la vida bienaventurada, gozando de Dios será feliz el que amare á Dios. Cualesquiera filósofos que sintieron así del sumo y verdadero Dios, es á saber, opinaron que es autor de las cosas criadas, luz de las que deben conocerse y bien de las que deben ejecutarse, y