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La ciudad de Dios

misma que es hermosa ó fea, sin duda es mejor que se juzga. Este es el espíritu del hombre y la misma naturaleza del alma racional, la cual, en efecto, no es cuerpo, supuesto que la similitud del cuerpo, cuando se ve y se juzga en el ánimo del que imagina y piensa, tampoco es cuerpo; luego no es ni tierra ni agua, ni aire ni fuego, de cuyos cuatro cuerpos, que llamamos cuatro elementos, vemos que está compuesto este mundo corpóreo; y si nuestro espíritu no es cuerpo, ¿cómo Dios, que es criador de este espíritu, es cuerpo? Cedan, pues, también estos filósofos, como hemos dicho, á los platónicos, y cédanles asimismo aquellos que, aunque no se atrevieron á decir que Dios era cuerpo, sin embargo, creyeron que nuestro espíritu era de la misma naturaleza que él. Tan poco poderosa fué á excitarlos y desengañarlos la mutabilidad tan singular y palpable de nuestro espíritu, que el intentar atribuirla á la naturaleza divina se reconoce por la impiedad más abominable; pero añaden que con el cuerpo se muda y altera la naturaleza del alma, aunque por su esencia es inmutable; no obstante, con más razón pudieran decir que la carne se hiere con algún cuerpo, y que, sin embargo, por sí misma es incapaz de ser herida. Lo cierto es que lo que es inmutable, con ninguna cosa es mutable; y sef lo que con el cuerpo puede mudarse' es mudable, y por eso no puede asegurarse con razón que es inmudable.



CAPÍTULO V

I.


De lo que sintieron los platónicos en la parte de la filosofia que se llama fisica.

Observaron estos filósofos, que con justa causa vemos preferidos á los demás en fama y gloria, que ninTоио IL 6