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San Agustín

el autor de todas las causas, el ilustrador de la verdad y el dador de la bienaventuranza, sino que también deben ceder á los ínclitos varones que tuvieron una noticia exacta de un Dios tan grande y tan justo, esto es, á todos los otros filósofos que, gobernados de una razón recta y atendiendo sólo á las cualidades del cuerpo, creyeron que los principios de la naturaleza eran corporales, así como Thales. imaginó que era el agua, Anaximenes el aire; los Estoicos el fuego, Epicuro los átomos, esto es, unos menudos corpúsculos que ni pueden dividirse ni sentirse, y otros varios que no es necesario nos detengamos en referirlos, quienes sostuvieron que los cuerpos, ó simples ó compuestos, vivientes ó no vivientes, pero en la realidad cuerpos, eran la causa y principio de las cosas; pues algunos de ellos, como fueron los epicúreos, creyeron que de las cosas no vivas podían engendrarse las vivas, y de los vivientes formarse los vivientes y no vivientes, aunque, en efecto, confesaban que de lo corpóreo se hacían cosas corpóreas. Los estoicos creyeron que el fuego, que es uno de los cuatro elementos de que consta este mundo visible, era el viviente, el sabio, el hacedor del mismo mundo y de todo cuanto hay en él, y que este mismo fuego era Dios. Estos y todos los otros semejantes sólo pudieron imaginar las patrañas que les pintaron confusamente sus limitados entendimientos, sujetos á los sentidos de la carne, porque en sí tenían lo que veían, y dentro de sí advertían lo que fuera habían visto, aun cuando no lo veían claramente sino cuando sólo lo. imaginaban, y esta idea delante y á los ojos de una tan errada y descabellada persuasión, ya no es cuerpo, sino semejanza de cuerpo. Aquella representación con que se observa en el ánimo esta semejanza de cuerpo, ni es cuerpo ni semejanza de él, y aquella con que se ve y con que se juzga si esta similitud