Página:La ciudad de Dios - Tomo II.pdf/81

Esta página no ha sido corregida
79
La ciudad de Dios

y corruptibles, pues tampoco se significan con aquellos vanos rítos las cosas que él pretende insinuar y dar á entender; por lo cual la verdad no va asociada del mismo infinjo que él supone, y aun cuando ellos lo manifestaran realmente, sin embargo, el alma racional no debía adorar como á su Dios á objetos que en el orden natural la son inferiores, ni había de tener y preferir como deidades á unos entes inanimados, sobre quienes el verdadero Dios la prefirió y antepuso. Cédales asimismo toda la doctrina concerniente á este punto, que Numa Pompilio procuró esconder sepultándola consigo mismo, y descubriéndola el arado, la mandó quemar el Senado; entre lo cual podremos incluir igualmente, sólo por sentir con hu anidad y rectitud de la conducta de Numa, todo cuanto escribe Alejandro de Macedonia á au madre que le descubrió y confió León, gran sacerdote y ministro de los divinos misterios de los egipcios, en cuyo escrite, no sólo Pico y Fauno, Eneas y Rómulo, y aun Hércules, Esculapio y Baco, hijo de Semele, los hermanos Tindaridas y otros mortales se tienen y están comprendidos en el catálogo de los dioses, sino también los mismos dioses principales que designaron sus antepasados, á quienes sin nombrar, parece que los apunta Cicerón en sus Cuestiones Tuseulanas, Júpiter, Juno, Saturno, Vulcano, Vesta y otros muchos que procura Varrón referir á las partes y elementos del mundo, de quienes se hace ver sin la menor ambigüedad que fueron hombres; porque temiendo este insigne sacerdote un severo castigo por haber revelado los misterios, advierte, suplicando á Alejandro, que luego que haya escrito y dado noticia á su madre de lo contenido, mandó quemar su carta; luego no tan sólo cuanto contienen estas dos teologías, es á saber, la fabulosa y la civil, deben ceder á los filóso fos platónicos, que confesaron que Dios verdadero era