Página:La ciudad de Dios - Tomo II.pdf/8

Esta página no ha sido corregida
6
San Agustín

aun cuando ella no nos deje suministrar los medios necesarios para sustentar la humana fragilidad de que al presente estamos vestidos; sin embargo, la causa final porque se debe buscar y adorar, no es el humo trangitorio de esta vida mortal, sino la vida dichosa y bienaventurada, que no es otra sino la eterna. Que esta divinidad, ó, por decirlo así, deidad (por que ya tampoco los nuestros se recelan de usar de esta palabra, por traducir del idioma griego lo que ellos llaman theotira), que esta divinidad ó deidad, digo, no se halla en la teología denominada civil (de la cual disputó Marco Varrón en 16 libros), es decir, que la felicidad de la vida eterna no se alcanza con el culto y religión de semejantes dioses, cuales instituyeron las ciudades, y del modo que ellas establecieron fuesen adorados; á quien esta verdad no hubiere aún convencido con la doctrina propuesta en el libro VI que acabamos de concluir, en le yendo, acaso éste no tendrá que desear más para la averiguación de esta cuestión; por que es factible piense alguno que por la vida bienaventurada, que no es otra sino la eterna, se debe tributar adoración á los dioses selectos y principales que Varrón comprendió en el último libro, de los cuales tratamos ya: sobre este punto no digo lo que indica Tertuliano, quizá con más donaire que verdad: «Que si los dioses se escogen como las cebollas, sin duda que los demás se juzgan por impertinentes»; no digo esto, porque observo que de los escogidos se eligen igualmente algunos para algún otro objeto mayor y más excelente; así como en la milicia luego que se ha levantado y escogido la gente bisoña, de ésta también se entresacan, eligen y separan para algún lance mayor y más importante de la guerra los más útiles, y cuando en la Iglesia se escogen y eligen los prepósitos y cabezas, no por eso reprueban á los demás, llamándose con razón todos los buenos fieles escogidos.