pórea é inmutable, á donde con firme estabilidad viven las causas de todas las naturalezas criadas. Sin embargo, es constante que con la admirable gracia y agudísimo donaire que tenía en disputar, aun en las mismas cuestiones morales, álas que parecia que había aplicado todo su entendimiento, notó y dió la vaya á los necios é ignorantes que presumen saber mucho, confesando su ignorancia ó disimulando su ciencia, y así, adquiriendo con estas insinuaciones enemigos, imputandole calumniosamente una fea criminalidad, fué condenado y muerto; no obstante que después la misma ciudad de Atenas, que públicamente le había condenado, públicamente le lloró, revolviendo la indignación del pueblo contra los dos sujetos que le acusaron, de forma que el uno pereció á manos del furioso pueblo y el otro se libertó de igual infortunio, desterrándose voluntariamente para siempre. Sócrates, pues, tan famoso é insigne en vida y muerte, dejó muchos discípulos que siguieron su doctrina, cuyo estudio principalmente se ocupó en las controversias y doctrinas morales, donde se trata del sumo bien, sin el cual el hombre no puede ser dichoso ni bienaventurado: el cual, como no le hallasen clara y evidentemente en los escritos y disputas de Sócrates, ventilando todas las objeciones este gran filósofo, afirmándolo por una parte y destruyóndolo por otra, tomaron de allí lo que cada uno quiso, y colocaron el fin del sumo bien donde cada uno le pareció ó en el objeto que más le agradó. Llaman fin del bien aquel que en llegando á su posesión es cualquiera bienaventurado y feliz, y fueron tan diversos los pareceres y opiniones que tuvieron los socráticos acerca de este último fin (que apenas se puede crer que pudiese haber tal entre discípulos de un mismo maestro), que algunos dijeron que el deleite era el sumo bien, como Aristipo; otros que la virtud, como Antisthenes, y de
Página:La ciudad de Dios - Tomo II.pdf/76
Esta página no ha sido corregida
74
San Agustín