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La ciudad de Dios

erector de los misterios y religión de los romanos, fueron tales, que no convino tuviesen noticia de ellas ni el pueblo, ni el Senado, ni aun los mismos sacerdotes, como también que el mismo Numa Pompilio, con curiosidad ilícita y supersticiosa llegó á saber y penetrar aquellos secretos de los demonios, los cuales, aunque los escribió para tener con qué leyendo advertirse, sin embargo, con ser rey que á nadie temía, ni se atrevió á enseñarlos á sus vasallos, ni á destruirlos, borrándolos ó consumiéndolos del todo: de suerte que lo que quiso que ninguno lo supiese por no instruir á los hombres en máximas obscenas y nefarias, y lo que temió violar por no provocar contra sí la ira de los dioses, lo enterró y sepultó donde le pareció más seguro, no creyendo que podía llegar el arado á su sepultura; pero temiendo el Senado condenar la religión de sus antepasados, y hallándose por esto forzado á seguir el parecer de Numa, con todo, reputó aquellos libros tan perniciosos,que no quiso mandar se volvissen á enterrar (porque la curiosidad humana no diese con más vehemencia en buscar lo que ya se había divulgado), sino que las llamas consumiesen tan abominables memorias: pareciéndole era ya necesario celebrar aquellos sacramentos, tuvo por más tolerable el error, todas las veces que se ignorasen sus causas, que no el permitir se supiese públicamente, en cuyo caso era exponerse á que se alborotase y turbase la ciudad.



CAPÍTULO XXXV

De la hidromancia con que anduvo embelesado Numa, viendo algunas imágenes de los demonios.


Por cuanto aun al mismo Numa (como no tuvo ningún profeta de Dios, ningún angel santo que le ilustraTOKO II.

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