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La ciudad de Dios

tud y movimiento conforme á su esfera; que hasta á los mismos condenados del infierno no niega su dominio y potestad; que substituye y concede á las cosas mortales y caducas sus simientes alimentos, y así secos como líquidos, adaptados á sus respectivas naturalezas, para cuyo nutrimento y conservación los crió; que fundó la tierra y la fecunda; que reparte sus frutos á las bestias y á los hombres; que conoce y ordena las causas, no sólo principales, sino también las subsiguientes ó accesorias; que dió á la luna su curso y movimiento; que auministra con las mutaciones de los lugares los caminos por el cielo y por la tierra; que á los entendimientos humanos que crió, les concedió también para el auxilio y alivio de su vida y naturaleza una noticia exacta y conocimiento de varias ciencias y artes; que incluyó la conjunción del varón y de la hembra para la propagación de los hijos; que á las sociedades y familias de los hombres concedió para los usos ordinarios é indispensables el beneficio del fuego de la tierra, de que se pudiesen servir en los hogares y en las luces. Estos son, en efecto, los cargos que el ingenioso y erudito Varrón, fundado en ciertas interpretaciones físicas y naturales, ó tomadas de otros, ó halladas por su propia conjetura, anduvo indeciso y confuso para distribuirlos y repartirlos entre los dioses escogidos.



CAPÍTULO XXX

Cómo se distingue el criador de la criatura, para que no se adoren por uno tantos dioses cuantas son las obras de un mismo autor.


Y estas admirables obras son las que hace y en las que entiende aquel que es un sólo Dios verdadero;