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La ciudad de Dios

le adora con tales ritos con los que no se debe adorar ni á Dios ni á lo que no es Dios; pero en qué términos, esto es, cuán torpe y nefariamente hayan tributado adoración éstos á las mentidas deidades, fácil es de conocer. Y qué hayan adorado, y á quiénes, sería dificultoso indagarlo, si no dijeran sus historias cómo ofrecieron á sus dioses (pidiéndoselo ellos con amenazas y tertores) aquellos mismos holocaustos y ceremonias que confiesan por abominables y torpes; y así, quitados los embelecos y sombras de su ceguedad, resulta que con toda esta teología civil, han convidado é introducido á los impíos demonios é inmundos espíritus en las necías y vistosas imágenes, y por ellos igualmente en los estúpidos corazones para que los posean.



CAPÍTULO XX

VIII Que la doctrina que trae Varrón de la teología no concuerda en parte alguna consigo.


¿Qué utilidad se sigue de que el docto é ingenioso Varrón procure, y no pueda, con una sutil y delicada doctrina reducir todos estos dioses al cielo y á la tierra?

Sin duda se le van de las manos, se le deslizan, se le escapan y caen; porque habiendo de tratar de las hembras, esto es, de las diosas, dice: «Como insinué en el primer libro de los lugares, donde hemos considerado dos principios y orígenes que traen los dioses del cielo y de la tierra, por lo que éstos unos se dicen celestes y otros terrestres, así como arriba principiamos por el cielo cuando tratamos de Jano, que unos dijeron era el cielo, otros el mundo, así, hablando de los hombres, empezarámos á escribir de la tierra.» Bien advierto cuán