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La ciudad de Dios

nas, llegue tersa y sin mancilla á Dios, criador del mundo; y aunque es verdad que estos dioses escogidos han sido más fampsos y conocidos que los demás, no obstante esto, no ha sido para que se ilustraran y en grandecieran sus méritos, sino para que no se ocultaran sus ignominias y oprobios. Por lo que se hace más creíble que fueron hombres, así como lo refieren no sólo los poetas, sino también los historiadores; en cuya comprobación dice Virgilio «que Saturno fué el primero que desde el estrellado Olimpo vino á Italia huyendo de la guerra que Júpiter le hizo, privándole y desterrándole de sus reinos», y lo demás que sigue perteneciente al asunto. Euhemero declara toda esta historieta de Saturno, la cual tradujo en el idioma latino Ennio; y así, por cuanto los que antes que nosotros escribieron así en griego como en latín contra estos errores dijeron lo suficiente sobre el punto, no quise detenerme más en su examen y referencia.



CAPÍTULO XXVII

De las ficciones y quimeras de los fisiológicos ó naturales, que ni adoran al verdadero Dios, ni con el culto y veneración que se debe adorar el verdadero Dios.


Cuando considero las mismas fisiologías ó exposiciones naturales con que los hombres doctos é ingeniosos procuran convertir las cosas humanas en divinas, advierto que no pudieron revocar ó atribuir cosa alguna sino á obras temporales y terrenas y á la naturaleza corpórea, que, aunque invisible, con todo, es mudable, cuyo defecto no se halla en el verdadero Dios; y si esto lo aplicaran á la religión con significaciones siquiera