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San Agustín

yo congruamente en este lugar, extrayéndolos de sus libros, si cada día no se cantaran y representaran en sus teatros? Pero unas criminalidades tan execrables ¿qué tienen que ver con una vileza tan extraordinaria, cuya grandeza sólo convenía á la gran Madre? Mayormente cuando los delitos de los otros, dicen, son ficciones de poetas, como si éstos hubieran también fingido que los dioses gustaban y se servían de tan inicuas acciones; porque, aun concedido que sólo el hecho de cantarse ó escribirse tales obscenidades haya sido atrevimiento ó desvergüenza de los poetas, sin embargo, el que se introdujesen entre las cosas divinas, mandándolo y precisando su ejecución con terribles conminaciones los mismos dioses, ¿qué es sino una culpa evidente de las deidades, ó, por mejor decir, una confesión tácita de que son demonios, y que todo es un embeleco y engaño para alucinar á estos miserables? Mas al honor con que la madre de los dioses mereció ser reverenciada con la consagración de los castrados, no lo fingieron los poetas, antes sí quisieron mejor tener horror y abominar un proceder tan odioso, que cantarlo. ¿Es posible que ninguno quiera consagrarse á estos dioses selectos sólo por el interés de ser, después de la muerte, bienaventurado, y supuesto que, consagrándose á ellos antes de la muerte, no puede vivir honestamente viviendo sujeto á tan abominables supersticiones, y rendido á tan obscenos demonios ¿cómo ha de vivir? Pero dice: «todo esto se refiere al mundo.» Yo quisiera considerase atentamente, que acaso se refiere mejor al inmundo. Sin embargo, ¿cómo no podrá referirse al mundo lo que se demuestra y averigua que está en el mundo? Con todo, nosotros buscamos únicamente aquella alma que, confiada en la verdadera religión, no adore como á dios al mundo, sino que, como obra de Dios, por Dios alabe al mundo, y purificada y limpia de las máculas munda-