Página:La ciudad de Dios - Tomo II.pdf/53

Esta página no ha sido corregida
51
La ciudad de Dios

zón, y observó riguroso silencio la lengua. La grandeza, no de la divinidad, sino de la bellaquería de la gran Madre, sobrepujó y venció á todos los dioses, sus hijos.

Á este monstruo no se llegó ni aun la monstruosidad de Jano; aquél, en sus imágenes, era solamente disfor me; pero ésta, en sus sacramentos, indica una disforme crueldad; aquél, en las piedras, tiene miembros añadidos por demás; ésta, en los hombres, los tiene de menos, como perdidos. No llegan con mucho á esta ignominia tantos y tan abominables estupros del mismo Júpiter; aquél, entre las demás afrentas con que mancilló el honor de las mujeres, con sólo el infame estupro que cometió en la persona de Ganimedes, infamó al cielo; pero ésta, con tantos impotentes bardages, profesos y públicos, profanó la tierra y al cielo hizo injuria. ¿Pudiéramos acaso, en vista de una especie de torpeza tan inhumana, compararla ó caracterizarla como superior á la de Saturno, de quien dicen que castró á su padre?

Ciertamente que sí; sin embargo, en los sacramentos de Saturno pudieron los hombres morir á manos ajenas, mas no fueron compelidos á castrarse con las propias. Comióse aquél á sus hijos, según dicen los poetas; los físicos ó filósofos naturales deducen este aserto de su interpretación ó alegoría, como les viene mejor, y conforme lo cuenta la historia, los mató; pero el sacrificarle sus hijos como lo hicieron los cartagineses, no lo advirtieron los romanos, y, con todo, esta gran madre de los dioses, hasta en los templos romanos introdujo sus castrados y conservó esta cruel costumbre, creyendo todos los fanáticos que cooperaba al vigor y fuerza de los romanos la deliberación de cortarse los hombres los miembros que les constituye en clase de tales. ¿Qué tienen que ver con esta cruenta é insolente ejecución los hurtos de Mercurio, la lascivia de Venus, los estupros y torpezas de los demás que los referiría