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La ciudad de Dios

ra alguna semejanza con el pudor natural, sino en público, á vista de todos los circunstantes, triunfando la carnal torpeza en estas festividades». Por cuanto solían conducir los miembros viriles los días más solemnes dedicados á Libero con grande pompa, puesto en un carro ó andas, llevándole primeramente por los campos, por las encrucijadas y veredas de los caminos, hasta dar después con él en la ciudad, y en una villa llamada Lavinio gastaban un mes entero solemnemente en hacer fiestas en honor de Libero. En tales días todos usaban de expresiones obscenas y abominables, entretanto que duraba la procesión de aquel miembro por las plazas y le colocaban en su propio lugar, al cual era necesario que una matrona honesta públicamente le pusiese una corona: de este modo convenía aplacar al dios Libero para conseguir la buena cosecha de las semillas, y por un medio semejante era conducente asegurar sus campos de los hechizos y encantos, valiéndose de la extraña y odiosa traza de compeler á una matrona á practicar en público lo que no se debía permitir hiciese ni una ramera en presencia de las matronas en un teatro: por esto se creyó que sólo Saturno no bastaba para la dirección de las semillas, y así, con un aliciente tan especial, el alma inmunda y profana del hombre hallase ocasiones propicias para multiplicar dioses, y para que, desamparada por razón de su asquerosidad del verdadero Dios, y expuesta como en un burdel por los falsos dioses, con ansia de mayor inmundicia llamase á estos sacrilegios sacramentos, y se entregase para ser violadada y profanada á la obscenidad y malignidad de los torpes demonios.