cia, no la hiciera mejor, que criándola primero con vivificarla y animarla más deseosa? Porque también debe averiguarse ai es que los buenos ángeles, ellos en sí mismos hicieron la buena voluntad, si la hicieron con alguna ó sin ninguna voluntad: si con ninguna, sin duda que tampoco la hicieron; si con alguna, con mala ó con buena: si con mala, ¿cómo pudo la mala volantad hacer á la buena voluntad; si con buena, luego ya la tenían, y esta ¿quién la crió sino el que los crió con la buena voluntad, esto es, eon amor casto, para que se unieran con él, criando en ellos juntamente la naturaleza y dándoles la gracia? Y así no ha de creerse que los santos ángeles estuvieron jamás sin la buena voluntad, esto es, sin el amor de Dios; pero éstos, que habiéndolos criado buenos el Señor, con todo, son malos por su propia voluntad mala, á la cual no hizo la buena naturaleza sino cuando se apartó voluntariamente del bien; de forma que la causa de lo malo no sea lo bueno, sino el desviarse y apartarse de lo bueno: digo que éstos, ó recibieron menor gracia en el divino amor que los que perseveraron en la misma, ó si los unos y los otros igualmente fueron criados buenos, cayendo éstos con la mala voluntad, los otros tuvieron mayor auxilio, con el cual llegaron á la posesión de aquella plenitud de bienaventuranza donde estuviesen ciertos que nunca habían de caer, como lo referimos ya en el libro anterior. Así que, debemos confesar, tributando la debida alabanza y gloria al Criador, que no sólo pertenece á los hombres santos, sino que también puede decirse de los ángeles: quod charitas Dei diffusa sit in eis per Spiritum Sanctum, qui datus est eis, «que el amor y caridad de Dios se derramó copiosamente en ellos por medio del Espíritu Santo, que les fué dado»: y que aquel sumo bien de quien dice la Sagrada Escritura mihi autem adhærere Deo bonum est: «mi bien y bienaventuranza es
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La ciudad de Dios