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La ciudad de Dios

y á otros aficionados que admiran estas cosas como divinas y pertenecientes al culto y religión de los dioses.

Sin embargo, prosigue y refiere cómo preguntando co sas que, consideradas con atención y cordura, no pueden atribuirse sino á potestades y espíritus malignos y engañosos. Pregunta, pues, por qué invocándolos como buenos los mandan como si fueran malos, que ejecuten y practiquen los injustos mandamientos de los hombres; porque no prestan oídos á los que los invoca y pide algún favor, si el suplicante hubiere incidido en pecados deshonestos, conduciéndolos al mismo tiempo tan fácilmente á cualesquiera torpezas y actos venéreos. ¿Por qué advierten y denuncian á sus sacerdotes que les conviene abstenerse de la comestión de ciertos animales, sin duda con el objeto de que no se coinquinen y profanen con los vapores ó hálitos de los cuerpos, y por otra parte gustan y dejan captarse de otros vapores más perniciosos. y de la oblación de los holocaustos, víctimas y sacrificios, prohibiendo á sus sacerdotes que no toquen los cuerpos muertos, siendo innegable que la mayor parte de sacrificios que se les ofrece constan de cuerpos muertos? ¿Y de dónde proviene que un hombre sujeto é toda suerte de vicios conmine con terribles amenazas, no al demonio ó á el alma de algún difunto, sino á los primeros luminares del mundo, sol y Inna, ó á cualquiera de las deidades celestiales, aterrándolos con ficciones para sacarles la verdad? ¿Por qué causa los intimida, declarando que hará pedazos el cielo y otros cuerpos poderosos semejantes, cuya ejecución es imposible al hombre, con el ánimo de que los dioses, como niños tiernos, inocentes é ignorantes, atemorizados con las ridículas y falsas conminaciones, practiquen exactamente sus mandatos? Y da la razón diciendo por qué Cheremon, hombre muy instruido y versado en semejantes asuntos sagrados, escribe que TOMO II.