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VII
PRÓLOGO

veía la controversia, la discusión, el apasionado debate entre las ideas antiguas y las nuevas, entre la doctrina cristiana y las herejías de los primeros reformadores.

Lo mismo la religión de Jesucristo que la filosofía de Platón enseñaban á San Agustín que sobre las vicisitudes de los tiempos y las limitaciones del espacio, anterior á la Humanidad, á la Naturaleza y á toda existencia finita, está el Ser eterno, inmutable, única fuente de los seres: Dios.

Dios es uno y trino. Esta misteriosa trinidad sospecháronla algunos sabios, la consagró el Evangelio, la definió la Teología y la enseñó la Iglesia á todos los hombres. Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, es decir, ser, inteligencia y amor; pero cuando la razón investiga en esta variedad de la naturaleza divina lo que forma la unidad, la esencia, encuentra que Dios es el bien. La idea del bien es la primera de todas las ideas, como Dios es el primero de todos los seres. La idea del bien no sólo explica la esencia de Dios y el desarrollo interior de sus potencias, sino también su obra exterior: la creación.

El poder creador de Dios eterno é inmenso, es independiente del espacio y del tiempo; y del seno de su eternidad é inmensidad inmutables nacen, por su voluntad, el tiempo y el espacio con todos los seres destinados á vivir en ellos. Pero ¿por qué Dios, que es perfecto en sí y se basta á sí mismo, quiere ser fecundo y creador y dar vida á lo que no existe? A esta pregunta contestan de igual manera el Cristianismo y Platón: porque es bueno.

La creación del mundo, como obra de Dios, que es sumo bien, es obra buena. Pero en el mundo existe el mal en constante lucha con el bien, lucha que forma el fondo de la vida humana y de todas las cosas, y no pudiendo ser el mal obra de Dios, ha de originarse en las criaturas. Entre éstas, el ser humano, que tiene alma formada á imagen de Dios, y los ángeles, donde