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VI
PRÓLOGO

Nadie ha escrito la vida de San Agustín mejor que él mismo en sus Confesiones, y como esta obra admirable formará parte dentro de poco tiempo de la Biblioteca Clásica, sería ocioso entrar aquí en detalles biográficos que podrán leerse en la citada obra con el deleite que inspira la brillantez de estilo y la cristiana ingenuidad del Santo. Baste decir que nació en Tagaste, pueblo de la Numidia, en Africa, en el año de 354, siendo hijo de padre pagano y madre cristiana, Santa Mónica; que en su pueblo natal hizo los primeros estudios, los continuó en Madaura, y finalmente en Cartago; que se dedicó preferentemente á la elocuencia y á la filosofía, enseñando la retórica en Cartago, en Roma y principalmente en Milán, donde se convirtió al cristianismo por la influencia que en su ánimo ejercieron las predicaciones de San Ambrosio, obispo de aquella diócesis.

Mucho se ha hablado de los desórdenes juveniles de San Agustín, acaso por la dureza con que él mismo los censura en sus Confesiones, juzgándolos desde el punto de vista de la perfección cristiana; pero, bien considerados los extravíos de conducta que tanto anatematiza, no pueden estimarse más graves que los de otros muchos jóvenes de aquel tiempo y de todas las épocas. Cierto es que contrajo, siendo pagano, relaciones ilícitas con una joven de quien tuvo á su hijo Adeodato; pero ni abandonó á la madre hasta que trece ó catorce años después del nacimiento de Adeodato quiso ella ingresar en un convento, ni al hijo, que á su lado estuvo hasta que, joven aún, perdió la vida.

El ardiente y batallador temperamento de San Agustín le infundió desde sus primeros años el deseo de investigar la verdad: la lucha de ideas y sentimientos entre el paganismo y el cristianismo acaso la encontró desde su infancia en su propia casa y en el seno de su familia. Fuera de ella y durante sus estudios había de estar en continuas relaciones con los herejes, tan numerosos en el siglo iv. En todas partes