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XIV
PRÓLOGO

tón, dice San Agustín, me ha dado á conocer el verdadero Dios; Jesucristo me ha mostrado la vía para llegar á Él.» Esta vía es el mismo Jesucristo, que une y reconcilia las dos naturalezas, separadas por la caída voluntaria del hombre.

Tales son las fases sucesivas que recorre el espíritu de San Agustín. En la lectura del Hortensio, de Cicerón, se inicia su vida intelectual. A los diez y nueve años es maniqueo; á los treinta, desengañado ya del dualismo de esta secta, vacila entre el escepticismo y el panteísmo; á los treinta y uno se apodera de él la filosofía espiritualista de Platón, y un año después, sin dejar de ser platónico, se hace cristiano y recibe el bautismo de manos de San Ambrosio. Sucesivamente materialista, platónico y cristiano, la historia de sus ideas expresa la evolución natural de un gran talento. La verdadera filosofía le aparta del sensualismo y le pone en camino de la religión, que en el alma de San Agustín se une á la filosofía para ser práctica y fecunda. Por eso enseñará que para emanciparse del error es preciso primero ser filósofo, y para poseer toda la verdad ser á la vez filósofo y cristiano.

La vida de San Agustín, desde que recibió el bau— tismo, estuvo consagrada por completo á enaltecer la religión. Renunció á la enseñanza de la retórica; volvió á su patria, Tagaste; vendió y repartió sus bienes; ordenóle de presbítero el obispo de Hipona, Valerio; sucedió á éste en el obispado en el año de 395; en sus sermones y en sus numerosas obras combatió todas las herejías de su tiempo, y en varios concilios defendió la disciplina de la Iglesia.

Murió en Hipona, mientras la sitiaban los vándalos, el 28 de Agosto del año 430, á la edad de setenta y seis años, y murió sin hacer testamento, porque, como dice Posidio, que escribió su vida, este hombre de Dios nada poseía.

La grandeza del genio de San Agustín ha inspirado siempre universal admiración, y la reconocen lo mis-