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XIII
PRÓLOGO

Agustín á los treinta y un años de edad. Conocía los libros y las doctrinas del cristianismo; pero ni los ruegos de su madre, ni la lectura de las Santas Escrituras á que se dedicó con ardor después de la revolución moral que le produjo el Hortensio, pudieron convencerle mi triunfar de su materialismo. Esta empresa corresponde por completo á la filosofía de Platón. El mismo San Agustín dice que un aficionado á la filosofía le entregó algunas obras de los platónicos, traducidas del griego al latín por un retórico célebre entonces, Victorino.

Iniciado por la filosofía de Platón en el sentimiento de su ser espiritual y en el concepto de la verdadera realidad, ve San Agustín disiparse todas las quimeras del maniqueísmo y del panteísmo, y cuantas dudas habían atormentado su espíritu. Dios es ya á sus ojos el principio espiritual, invisible, ideal de toda verdad, de toda justicia, de toda belleza; Ser de los seres, que vive dentro y fuera del Universo, no por grandeza y extensión materiales, sino como causa interna, como eterna fuente de existencia y de vida. Este Ser único y universal, siendo esencialmente bueno, siendo el bien mismo, no puede contener en sí principio abso luto del mal. Cuanto existe tiene su esencia en Dios, y es, por tanto, bueno.

A la luz del espiritualismo platónico, el espectáculo de la creación se transforma; el mal en los seres desprovistos de razón y de voluntad tiene que ser una inferioridad de su naturaleza, y en los seres racionales y libres un desfallecimiento de su voluntad, que se aparta del verdadero bien, dejándose seducir por bienes inferiores.

Pero la filosofía de Platón no satisface por completo el ardiente deseo de San Agustín por descubrir la verdad: sólo la religión puede infundir en su ánimo una tranquilidad perfecta. La filosofía enseña verdades especulativas, pero no da á la voluntad la fuerza necesaria para transformarlas en verdades prácticas. «Pla-