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XII
PRÓLOGO

diendo continuar en el maniqueísmo ni vencer las pre venciones que tenía contra el cristianismo, creyó que el término de la sabiduría humana era la duda; pero en la duda no podía permanecer largo tiempo un alma tan sedienta de fe como la de San Agustín. «Al salir de este error (el maniqueísmo), dice[1], entré en otro. Habíame hecho un Dios de no sé qué substancia ex tensa hasta lo infinito en todos los lugares y en todos los espacios imaginables; tomé por Vos, Señor, este fantasma vano y púsele en mi corazón, que, convertido en templo del nuevo ídolo, era á vuestros ojos objeto de abominación.»

La idea panteísta, que se había apoderado de su mente, la expresa San Agustin en estos términos: «Os concebía, Señor, como substancia infinita que envolvía y penetraba la masa limitada del Universo, extendiéndose fuera de él por todas partes, como podría imaginarse un mar infinito y en medio de él una esponja de grandísimo tamaño, pero finita, que este mar penetrara y abarcara por completo. Así concebía yo la masa finita de vuestras criaturas, llena de vuestra substancia infinita.»

De esta suerte pasó el entendimiento de San Agustín del maniqueísmo al escepticismo; del escepticismo á una especie de panteísmo que le permitía distinguir, aunque confusamente, al Creador de la creación; aun que la idea de un Dios que ocupa el espacio á manera de fluido constituye, de todas las especies de panteis mo, la que más se aleja de la verdad. En medio de estas agitaciones de su espíritu, de estas ideas contra dictorias, subsiste un error único y fundamental: la falta de toda idea de lo que es puramente espiritual; la libertad, la justicia, el alma inmortal, Dios. San Agustín sólo comprendía entonces lo que afecta á los sentidos.

Tales eran las ideas dominantes en el ánimo de San

  1. Confesiones, libro IV, cap. XIV.