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XI
PRÓLOGO

por ninguno. El mismo San Agustín, en sus Confesiones, dice el efecto extraordinario que esta lectura produjo en su ánimo, inspirándole la afición á los más elevados problemas. Estaba, sin embargo, tan apartado del positivo camino de la verdad, que el primer efecto de sus nuevas reflexiones fué dejarse seducir por las doctrinas de los maniqueos.

Uno de los diversos problemas que preocupan al hombre sobreponíase á todos los demás en el ánimo de San Agustín, por agitar á la vez su corazón y su entendimiento: el problema del origen del mal. Conocia el mal; no podía comprender que viniese de Dios, y no veía que el mal efectivo es obra del hombre. Careciendo entonces de la idea de Providencia y del concepto de la responsabilidad humana, presentóse á su espíritu el maniqueísmo, con su hipótesis de los dos principios, uno que explica el bien y otro que pretende explicar el mal. Los que rejuvenecieron esta antigua tradición de la mitología persa la habían asociado á una especie de cristianismo, y afectaban excesiva, severidad de costumbres. Uno de los más célebres doctores de esta doctrina, Fausto, la exponía con tan grande y persuasiva elocuencia, que sedujo á San Agustín hasta el punto de convertirle; pero, meditando en la idea de los dos principios, encontraba un argumento decisivo para entibiar sus creencias y su adhesión á los sectarios del maniqueísmo. Si hay un principio bueno, les decía, es contradicción evidente suponer que se corrompa hasta convertirse en malo. Si el principio bueno es incorruptible, ¿por qué en tra en lucha con el principio malo? ¿Por qué sufre que á veces se apodere éste de la porción suya que constituye el alma humana, y que, según decís, necesita para purificarse nueva intervención del principio bueno?

Estas dudas que el maniqueísmo le inspiraba inducíanle en más de una ocasión al escepticismo, y él mismo nos dice que á la edad de treinta años, no pu-