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IX
PRÓLOGO

otra que desarrolla sus efectos. En la primera sólo un pueblo elegido por Dios guarda el depósito de la verdad. Aun en este pueblo, que únicamente conoce los misterios del porvenir por las palabras de los profetas, estalla la lucha del bien y el mal, siendo su primer simbolo la muerte de Abel. Anunciado por los profetas, presentido por la sabiduría de los filósofos y la inspiración de los poetas, aparece Dios en figura humana, que, desde la Cruz, llama y abraza al género humano.

Pero el gigantesco Imperio Romano empieza á que brantarse; el trabajo de destrucción, que comenzó con las guerras civiles, lo continúa la perversión de las costumbres, y los bárbaros se acercan para consumar lo. Por entre tantas ruinas avanza la Iglesia, que, A desde un rincón del mundo casi ignorado, crece y se propaga rápidamente entre los pueblos. Las herejías sólo consiguen afirmar los dogmas, y las persecuciomes aumentar el número de fieles. La doctrina que siembran los apóstoles con su palabra, la fecundizan con su sangre los mártires. Dominadora, al fin, del Imperio y de los bárbaros, contempla la Iglesia serenamente la toma de Roma por Alarico, desastre que asombró al mundo.

Tal es el origen, progreso y término de las dos ciudades cuyos destinos refiere San Agustín. Esta filosofía de la historia, fundada en una filosofía completa del dogma cristiano, encuéntrase contenida en los doce últimos libros de La Ciudad de Dios, y como portada de tan grandioso edificio, portada verdadera mente monumental, escribió el Santo los diez primeros destinados á confundir á los paganos y á convertir á los filósofos.

Bajo la impresión de la acometida de los bárbaros, guiados por Alarico, eran numerosos los que echaban de menos los antiguos dioses, y atribuían la causa de tan gran desastre á la abolición de su culto. San Agustín les demuestra, con la historia de Roma en la