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La bruja del ideal

ideas y el movimiento de la vida. Aquella arquitectura que parece estar embalsamada para resistir á la podredumbre del tiempo, aquella arquitectura, que podriamos llamar eternitaria, pues en sus obras vemos la eternidad arquitecturada, ó la arquitectura eternizada, es el arte de la muerte que deposita su ideal dentro de las urnas sepulcrales.

Estático miraba yo aquella galería sostenida por columnas poligonales unas y de forma de palmera otras. Entre columna y columna una esfinge parecia desafiarme á descifrar el impenetrable secreto de los infinitos geroglíficos grabados en los muros y en los techos. Era tan inmensa aquella galería, que diríase haber sido fabricada por los apophis, aquellos gigantes de la tradicion egipcia, y tan desmesuradas eran aquellas esfinges, que no parecian talladas por manos humanas: más bien parecían haber sido engendradas por las nueve divinidades masculinas, y concebidas por las diez y seis femeninas de la fecunda mitología de los adoradores de Osiris.

En medio de aquel inerte mundo de piedra encontrábame yo poseido de aquel secreto terror religioso, de aquella desidaimonia que los Griegos sentían al entrar en sus templos. Y sin embargo de la impresion que me causaba aquella estancia, no era el sentido de aquellos geroglificos el que me preocupaba. Las esfinges, guardadoras de secretos, no podrían todas ellas reunidas descifrar el que yo guardaba en mi pecho. Sólo un sér vivo, animado, inteligente, podría comprender la aspiracion de mi alma y explicar los enigmas del ideal que yo buscaba.

De pronto detuve mi marcha. Al pié de una de aquellas esfinges vi un objeto informe que se movia. Allí habia, pues, algo vivo y sensible en medio de aquella marmórea inmovilidad.

Acerquéme con curiosidad.

Una mujer sentada en el suelo, acurrucada, con la cabeza oculta entre las rodillas, yacía al lado del biforme coloso; y aparecia tan pequeña, que se la hubiera tomado por un átomo vivo al lado de un mundo muerto.

Levantó la cabeza y me miró.

Quisiera yo que mi pluma pudiese dar una idea de la extraña criatura que se ofreció á mi vista.

Era aquella mujer una vieja, pero tan vieja, tan decrépita, tan seca, tan arrugada, que debió haber nacido al construirse aquella antiquísima galería, y su edad podria contarse por siglos. Habia algo