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— Eso nó; volvió á tronar el viejo Gat, tírame á mí, aquí á mi pecho.

Una nueva flecha fué recta al cielo para caer indiscutiblemente sobre la cabeza de Anak Irog mismo; pero, entonces, el noble viejo, de un salto se puso junto á él y le hurtó al peligro, empujándole.

La flecha se clavó en el sitio mismo en que estaba el mancebo.

— ¿Te querías matar?

— Sí

— Y, por qué?... por qué?

— Por no matar al padre de la que adoro.

— ¿Cómo te llamas?

— Anak Irog.

— Pues, oye Anak Irog: yo, Gat Lawin, el padre de la mujer que adoras, te la doy por esposa desde este momento. Anda, corre á ella, bésala por tí y por mí: yo iré en