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una realidad. Rugió como rugía en los campos de batalla, al divisar al enemigo, con ronco rugir de muerte; y Ának-Irog se alzó, defendiendo con su cuerpo, el cuerpo de la Amada.
— ¿Sabes quién soy?
— Gat-Lawin.
— ¿Me temes?
— No!; te quiero.
— ¡Me quieres, cuando valido de mi ausencia, valido de que estoy defendiendo la Patria, llegas á esta casa, que es santa, y me robas la virgen de mis altares?
— Yo no os la he robado; ella me ama; y pensábamos á vuestra vuelta amaros á vos los dos.
— ¡Jamás, insolente, prepara tu aljaba!
— Aquí la tengo, señor
— Pues, vamos.