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V
Habían pasado años; los pueblos tagalos estaban en paz. Gat Lawin, el gran viejo guerrero, como le prometió á su hija, había hecho morder el polvo á la morisma invasora.
Y una mañana, sin que nadie lo supiera, sin que nadie le esperara, al hombro cien victorias más; cargado de laureles y nuevas cicatrices, apareció en el pueblo galopando como se fué, ansioso, loco de anhelos de ver á la adorada hija.