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Y Bituin Lupa lloró.

— ¡Oh, padre, padre mío, no te vayas á la guerra!

Pero al viejo le arrastraban el potong de colores, las plumas rojas de las flechas y el amor á las batallas. Al amanecer de un día, dejando una lágrima y un beso sobre la frente de su hija dormida, partió huyendo, sin volver él rostro, partido el corazón, hacia el combate, azuzando al caballo que galopaba como el viento, ante las admiradas y madrugadoras gentes del pueblo, que le vieron partir pertrechado de guerra. Su manto rojo flotaba al aire, como diciendo adiós. Sus ojos lacrimosos brillaban como rayos del sol.