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Oí hablar de sus efectos, por primera y única vez en Salta y á un salteño, hace algunos años ya, y me habló de ellos de tal manera, que preferí relegarlo al dominio de la fábula, y no hacer de él mencion ni siquiera en las conversaciones.

Pero ahora, en presencia de aquel cuadro clinico, de aquellos fenómenos ambiguos, de aquellos nervios irritados primero y relativamente paralizados despues, para volverse a irritar y morir, recordé lo que había oido, y el fabuloso producto se encarnó en la realidad.

—«Yo no había visto esta cicatriz»—dijo el Docter Varolio sorprendido.

—«Ni era conocida»—observó uno de los tres estudiantes.

—«¿Y á qué podría responder?»—preguntó el primero.

—«Algun rasguño, alguna herida involuntaria, algun tajo de pelea»—dijo el estudiante.

—«En fin, de todos modos, es seguro que esta cicatriz no tenía parte en el mal»—agregó el Doctor.

Pero el mal era mucho más hondo, y la cicatriz tenía mucha parte en él.

—«Sea cual fuere el resultado de la autopsia»—insinuó el Doctor Varolio—«es evidente que existe una conveniencia real en estudiar con toda prolijidad los nervios lesionados».

—«Ah! eso cae de su peso.»