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ténue que un rayo de luna, y muy chocante al imaginarse uno á Antonio Lapas impregnado de él dentro de su aureola misteriosa.

—«¿Se puede abrir este armario, Señor Equis?»

—«Cómo no?» Y lo abrió.

El perfume estaba mejor, encerrado allí; pero sólo ménos ténue.

—«¿Y este olor?»

—«Es de un agua que Antonio usaba; pero, al pasar á su lado, no se le sentía más, ni mejor que ahora. Nunca pudimos saber cómo la obtenía, ni lo que era, y aseguraba solamente que las sustancias de que se fabricaba venían del Perú, segun le había dicho la persona que le regalara un frasco.»

—«Dígame, Manuel, ¿porqué no procura hacer un retrato con los antecedentes que nos ha suministrado el Señor Equis y los que sin duda podría agregar?»

—«Veremos. Ahora, cuando pasemos á la sala, voy á hacer un croquis.»

En efecto, así se hizo. Primeramente trazó unas líneas blandas de contorno, dentro de las cuales perfiló poco á poco los rasgos indecisos de una cara nunca vista, y provocando luego los relieves con medias tintas esfumadas de lápiz, presentó su dibujo al Señor Equis.

—«No,»—dijo este,—«había más blandura; más fina la nariz; la oreja más pequeña, y la boca tenía suavidades de mujer; el bigotito era más corto.»