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dejado un poco nervioso, y, si hubiera sido de noche, me habría levantado para ver si las puertas estaban bien cerradas, saltando al menor ruido »

—«Usted elogia demasiado mi tarea, señor.... y sus nervios.»

—«Es porque estoy perplejo, y no sé si en este momento me envuelve usted con la realidad ó con la ficcion.»

—«En parte depende de usted el que le trate de una ó de otra cosa.»

—«¿Cómo, de mí?

—«Naturalmente; usted lo vera despues. ¿Tiene algun retrato del estudiante que dejó aquí los huesos?»

—«Nó; pero, si viese alguno, le diría en el acto si era ó nó.»

—«¿Qué tipo tenía?»

—«Muy extraño. Era un jóven como de veinte a veintidos años, fino, delgado, muy lindo, de gran delicadeza en sus modales y costumbres; vestía correctamente, usaba pantalon ancho y bota de charol; pié diminuto, andar resuelto y seco; su color era pálido, apenas trigueño; tenía un bigotito que continuamente se acariciaba con la palma de los dedos de la mano izquierda.»

—«¿Y los ojos?»

—«Nunca se los pude ver, porque gastaba unos anteojos muy grandes y oscuros.. Lo que no se le borraba jamás era un ceño que parecía esculpido en su frente.»