—«Muy bien. Desde este momento, si usted se asombra de algo, ó manifiesta de algun modo indiscreto su sorpresa, no le confiaré ni una palabra.»
Di unas palmadas, y llamé á la criada. Cuando vino, la dije:—«Dígale al doctor que le doy las gracias.»
—«Así se hará, señor.»
—«Adios, eh?»
—«Ustedes lo pasen bien.»
Al subir otra vez en el carruaje, dije al cochero:
—«Calle Tucuman, número tantos.»
Cuando el coche paró en la direccion señalada, echamos pié á tierra junto á una casa de aspecto decente. El zaguan tenía puerta vidriera, y en el patio había tinas y macetas con plantas: camelias, jazmines, rosales, una cicas, filodendros, azaleas; en los fierros del algibe y en las paredes unas coronas de claveles del aire. En la pieza que daba á la calle sonaba un piano bajo la presion de dedos juveniles y femeninos. Llamamos.
Salió á recibirnos una niña de 14 años mas ó menos.
—«Muy buenos días, señorita.»
—«Para servir á ustedes.»
—«¿Vive aquí el Señor Equis?»
—«Sí, señor; pasen ustedes adelante; voy á llamarlo.»
—«¿Quiere usted entregarle esta tarjeta?»
—«Muy bien.»