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Y despues de estrechamos afectuosamente la mano, me retiré, dejando al Doctor Pineal en la puerta de su estudio, pensativo, cejijunto y curioso.

No podía más.

Aquella coincidencia, tan trivial aparentemente, habia incendiado mi cerebro con la fiebre de la pesquisa, y lo que más me molestaba era mi ignorancia en un arte tan dificil para el que no tiene el númen, ni la escuela especial, ni la obligacion. ¿En qué laberinto iba á sumergir mis facultades? ¿Podía acaso contenerlas? Si ellas querían averiguar algo, si tenían la inspiracion de dirigirse por sendas desconocidas ¿por qué habría de contrariarlas, provocando en ellas un tumulto? En vez del númen, tendrian la voluntad á su servicio; en reemplazo de la escuela, el criterio que pondera los hechos; en lugar de la obligacion, la curiosidad insaciable y la prudencia. Con estos elementos podría no comprometer ni á mi capricho ni á ninguna persona, evitando, en cuanto fuera posible, que la Policía interviniera en estas averiguaciones guiadas por el buen sentido y las espontaneidades de la induccion y deduccion, ya que no por la competencia.

Corrí á mi casa y escribí una tarjeta:

Sr. D. Manuel de Oliveira Cézar. Si está desocupado véngase inmediatamente con la persona que le entregará esta tarjeta. Se trata de algo muy interesante que no puede menos de poner en juego su sagacidad y habilidades.»