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que estaba haciendo de una gruta, en la que sólo debía intervenir la severidad del geólogo, y no los fantaseos de un poeta. Pero no podía escribir con la gravedad que deseaba, y, de tiempo en tiempo, una frase lujosa, involuntaria, descomponía el conjunto de las rocas rígidas. Establecióse una lucha entre las acciones de la razon, de la voluntad y del lirismo, y comprendí que el númen científico me abandonaba.

Solté la pluma y encendí un cigarrillo.

Mientras las nubecillas azuladas jugueteaban en torno mio, cerré los ojos, y escuché «las armonías del viento».

De pronto se dejó oir el grito estridente de una lechuza, tan inesperado como siempre, lo que me obligo á abrir los ojos, y ví, sobre la bolsa de huesos, una imágen fugitiva de lechuza, simple coincidencia, sin duda, de la interposicion de una nubecilla de humo, y de la proyeccion exteriorizada de la forma mental del ave nocturna, evocada repentinamente por el grito.

No podía ser de otro modo, porque, sobre la bolsa, no había tal lechuza.

Quise continuar escribiendo; mas no pude.

No encontraba los giros naturales, ni las palabras propias, y á cada momento miraba la bolsa.

Recogí entónces los papeles, y procuré dejar la mesa tan desocupada cuanto fuera posible, y acercándome al rincon, tomé la bolsa y la desaté, colo-