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anunciarme que una circumstancia inesperada le ha convertido en tutor de un precioso niño de grandes ojos negros, aterciopelados, al que una nodriza jóven, fuerte y rosada prodiga, de dos en dos horas, el abundante jugo dulce que necesita para vegetar. El niño ya sonrie, y cuando muerde los pezones con el único par de dientes de raton que asoman en su mandíbula, sonríe tambien la nodriza, y le distrae con un relicario de rubíes que contiene un retrato del mismo infante.

El estado civil de esa criatura lo conoce y reserva el Señor Equis.

Antes que los jueces, en el ejercicio de sus nobles deberes, tomen conocimiento de la autopsia de Saturnino, de la muerte de Clara y sus consecuencias, conviene que descargue mi espíritu del peso de los compromisos que me atan con el Doctor Pineal, con Manuel y con el Señor Equis.

Así es que me apresuro á publicar el resultado de mis investigaciones, como lo había prometido.

Mi situacion, al terminar esta novela, es mucho más grave que lo que yo pensaba al darle comienzo; pero abrigo la esperanza de no permanecer mucho tiempo bajo llave, si acaso he faltado de algun modo á las leyes de mi país por haberme inmiscuido en pesquisas que no eran de mi competencia, y esa esperanza se funda en el concepto elevadísimo que tengo del criterio de los jueces en cuyas manos me coloque la ley, porque ellos saben mejor