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impalpable, sólo reclamarían la resurreccion de los cuerpos para ratificar sus afirmaciones.

Cuando nos volvimos á encontrar al día siguiente y le referí mi entrevista con Clara, su rostro quedó iluminado.

—«¿Quiere hacerme el servicio de transportarse mentalmente conmigo, y por un instante, á la Grecia antigua?»—me preguntó.

—«Es mi deseo; pero ya sin ilusion.»

—«Usted agregará á la Antología lo que voy á decirle.»

—«De mil amores.»

—«No le escriba mi nombre al pié; déle un pseudónimo.»

—«Escucho.»

—«'Mientras Nictandro, lleno de amor por Nidia, se revuelve en ayunas en el triclinio, disertando sobre el ideal, Erotófilo la enjuga al salir del baño, más fresca y sonrosada que Afrodite'»

Estreché su mano.

—«Si Planudio viviera, le engarzaría esa perlita en su ramillete. En la Antología se recuerdan pensamientos ménos expresivos, El suyo es de corte helénico, mas peca por la base: no se ha enjugado á nadie.»

Las cartas del Señor Equis no adelantaban un punto. La familia de Mariano estaba desesperada; pero como Mariano era un poco fantástico, creía que se hubiera ido al Japon para formar coleccio-