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—«Mañana los tendrás aquí.»

—«¿Dónde es la casa?»

—«Calle Tucuman, número tantos.»

—«¿Y estás seguro de que son huesos de estudio?»

—«¡Ya lo creo!»

—«¿Has conocido al estudiante?»

—«Yo no; pero la familia sí.»

—«¿Y no podrían ser huesos con los que tuviera algo que hacer la Policía?»

—«¡No embromes!»

—«Nó; pero es bueno que te lo avise.»

Hasta este momento, el lector no ha tenido motivo para interesarse con el desordenado prólogo que precede á esta línea, y casi se siente inclinado á abandonar una lectura que, desde el principio, le ha ofrecido un despliegue de asuntos personales, y muy poca materia de curiosidad.

Pero está en un error, y es verosímil que, juzgando con imparcialidad y sano criterio, reconozca en el autor algun motivo para ofrecerle una madeja enredada en vez de una copa transparente y rebozante de capitoso licor.

Si tiene la bondad de acompañarme en lo sucesivo, abrigo la esperanza de que cambiará de opinion y, si me disculpa ciertas referencias á actos propios, quizá llegue a apasionarse, como me sucedió á mí, al adquirir conocimiento de una historia tan extraña como la que voy á referirle. Desde este instante,