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CAPÍTULO III.

27 Mantened en vosotros la uncion divina, que de él recibísteis. Con eso no teneis necesidad que nadie os enseñe; sino que conforme á lo que la uncion del Señor os enseña en todas las cosas, así es verdad, y no mentira. Por tanto estad firmes en eso mismo que os ha enseñado.

28 En fin, hijitos mios, permaneced en él, para que cuando venga, estemos confiados [1], y que al contrario no nos hallemos confundidos por él en su venida.

29 Y pues sabeis que Dios es justo, sabed igualmente que quien vive segun justicia, ó ejercita las virtudes, es hijo legítimo del mismo.

CAPÍTULO III.
Del amor de Dios ácia nosotros. Encarga de nuevo el precepto de la caridad fraternal; y concluye exhortando á la observancia de los mandmnientos de Dios.

1 Mirad qué tierno amor ácia nosotros ha tenido el Padre, queriendo que nos llamemos hijos de Dios, y lo seamos en efecto. Por eso el mundo no hace caso de nosotros, porque no conoce a Dios nuestro Padre.

2 Carísimos, nosotros somos ya ahora hijos de Dios; mas lo que seremos algun dia no aparece aun. Sabemos si que cuando se manifestáre claramente


  1. De ser reconocidos por hijos suyos.