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CAPÍTULO III.

5 Porque así tambien se ataviaban antiguamente aquellas santas mugeres, que esperaban en Dios, viviendo sujetas á sus maridos.

6 Al modo que Sara era obediente a Abraham, á quien llamaba su señor: de ella sois hijas vosotras, si vivís bien, y sin amedrentaros por ningun temor [1].

7 Maridos, vosotros igualmente habeis de cohabitar con vuestras mugeres, tratándolas con honor, y discrecion como á sexo mas flaco, y como á coherederas de la gracia ó beneficio de la vida eterna; á fin de que [2] nada estorbe el efecto de vuestras oraciones.

8 Finalmente, sed todos de un mismo corazon, compasivos, amantes de todos los hermanos, misericordiosos, modestos, humildes;

9 no volviendo mal por mal, ni maldicion por maldicion, antes al contrario bienes ó bendiciones; porque á esto sois llamados [3], á fin de que poseais la herencia de la bendicion celestial.

10 Así pues el que de veras ama la vida, y quiere vivir dias dichosos, refrene su lengua del mal, y sus labios no se despleguen á favor de la falsedad [4].

11 Desvíese del mal, y obre el bien: busque con ardor la paz, y vaya en pos de ella;

12 pues el Señor tiene fijos sus ojos sobre los justos,


  1. Sin que os venza respeto mundano, ni perturbacion alguna.
  2. Viviendo pacíficamente con ellas.
  3. Y esta resignacion y dulzura os es necesaria.
  4. Psalm. XXXIII. v.13.