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CAPÍTULO III.

15 El hombre espiritual discierne ó juzga de todo; y nadie que no tenga esta luz, puede á él discernirle.

16 Porque ¿quién conoce la mente ó designios del Señor, para darle instrucciones [1]? Mas nosotros tenemos el Espíritu de Jesu-Christo [2].


CAPÍTULO III.
Reprende á los que se apasionan por los predicadores del Evangelio, sin mirar al Señor, cuyos ministros son, y cuya gracia es la que produce el fruto en las almas; y exhorta á que despreciando la vana sabiduría del mundo, se abrazan con la sabia ignorancia del Evangelio.

1 Y así es, hermanos, que yo no he podido hablaros como a hombres espirituales, sino cómo á personas aun carnales. Y por eso, como á niños en Jesu-Christo,

2 os he alimentado con leche, y no con manjares sólidos, porque no érais todavia capaces de ellos; y ni aun ahora lo sois, pues sois todavía carnales [3].

3 En efecto, habiendo entre vosotros zelos y dis-


  1. ¿O poder reprender á los que él guía con su espíritu? Sap. IX. v.13.—Is. XL. v.23.—Rom. XI. v.34.
  2. Y por eso conocemos sus misterios.
  3. Solamente os he propuesto las verdades mas sencillas de la Religion, porque no érais capaces de cosas mas elevadas.