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CAPÍTULO II.

34 Porque no es David el que subió al cielo; antes bien él mismo dejó escrito [1]: Dijo el Señor á mi Señor, siéntate á mi diestra,

35 mientras á tus enemigos los pongo yo por tarima de tus pies.

36 Persuádase pues certísimamente toda la casa de Israél, que Dios ha constituido Señor y Christo á este mismo Jesus, al cual vosotros habeis crucificado.

37 Oido este discurso, se compungieron de corazon, y dijeron á Pedro y á los demas apóstoles: Pues, hermanos, ¿qué es lo que debemos hacer?

38 A lo que Pedro les respondió: Haced penitencia, y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesu-Christo para remision de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu santo.

39 Porque la promesa de este don es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que ahora estan léjos de la salud, para cuantos llamáre á sí el Señor Dios nuestro.

40 Otras muchísimas razones alegó, y los amonestaba, diciendo: Ponéos en salvo de entre esta generacion perversa.

41 Aquellos pues que recibieron su doctrina, fueron bautizados; y se añadieron aquel dia á la Iglesia cerca de tres mil personas.

42 Y perseveraban todos en oir las instrucciones de