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CAPÍTULO XXV.

13 Pasados algunos dias, bajaron á Cesarea el rey Agrippa y Berenice á visitar á Festo.

14 Y habiéndose detenido allí muchos dias, Festo habló al rey de la causa de Pablo, diciendo: Aquí dejó Félix preso á un hombre,

15 sobre el cual estando yo en Jerusalem, recura rieron á mí los príncipes de los sacerdotes, y los Ancianos de los judíos, pidiendo que fuese condenado á muerte.

16 Yo les respondí: Que los romanos no acostumbran condenar á ningun hombre, antes que el acusado tenga presentes á sus acusadores, y lugar de defenderse para justificarse de los cargos [1].

17 Habiendo pues ellos concurrido acá sin dilacion alguna, al dia siguiente sentado yo en el tribunal, mandé traer ante mí al dicho hombre.

18 Compareciendo los acusadores, ví que no le imputaban ningun crimen de los que yo sospechaba fuese culpado:

19 solamente tenian con él no sé que disputa tocante á su supersticion judáica, y sobre un cierto Jesus difunto, que Pablo afirmaba estar vivo.

20 Perplejo yo en una causa de esta naturaleza, le


  1. Los paganos con la sola luz de la razon conocieron y practicaron este axioma de justicia. ¡Y habrá cristiano que juzgue y condene al prójimo, sin oir antes ó examinar lo que puede alegar en su defensa! Juzgar mal de otro sin oirle, ó sin prueba muy fundada, es ser su verdugo. y no su juez.