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CAPÍTULO XXII.

5 como me son testigos el Sumo sacerdote, y todos los Ancianos, de los cuales tomé asimismo cartas para los hermanos de Damasco, é iba allá para traer presos a Jerusalem á los de esta secta que allí hubiese, a fin de que fuesen castigados.

6 Mas sucedió que, yendo de camino, y estando ya cerca de Damasco á hora de medio dia, de repente una luz copiosa del cielo me cercó con sus rayos;

7 y cayendo en tierra, oí una voz que me decia: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

8 Yo respondí: ¿Quién eres tú, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesus nazareno, á quien tú persigues.

9 Los que me acompañaban, aunque vieron la luz, no entendieron bien la voz del que hablaba conmigo.

10 Yo dije: ¿Qué haré, Señor? Y el Señor me respondió: Levántate, y vé á Damasco, donde se te dirá todo lo que debes hacer.

11 Y como el resplandor de aquella luz me hizo quedar ciego, los compañeros me condujeron por la mano hasta Damasco.

12 Aquí un cierto Ananías, varon justo segun la Ley, que tiene á su favor el testimonio de todos los judíos sus conciudadanos,

13 viniendo á mí, y poniéndoseme delante me dijo: Saulo hermano mio, recibe la vista. Y al punto le vi ya claramente.

14 Dijo él entonces: El Dios de nuestros padres te ha predestinado, para que conocieses su voluntad, y vieses al Justo, y oyeses la voz de su boca: