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CAPÍTULO III.

hablamos sino lo que sabemos bien, y no atestiguamos sino lo que hemos visto, y vosotros con todo no admitís nuestro testimonio.

12 Si os he hablado de cosas de la tierra, y no me creeis; ¿cómo me creeréis, si os hablo de cosas del cielo [1]?

13 Ello es así que nadie subió al cielo, sino aquel que ha descendido del cielo, á saber, el Hijo del hombre, que está en el cielo ref .

14 Al modo que Moysés en el Desierto levantó en alto la serpiente de bronce [2], así tambien es menester que el Hijo del hombre sea levantado en alto;

15 para que todo aquel que crea en él, no perezca, sino que logre la vida eterna.

16 Que amó tanto Dios al mundo, que no paró hasta dar á su Hijo unigénito; á fin de que todos los que creen en él, no perezcan, sino que vivan vida eterna.

17 Pues no envió Dios su Hijo al mundo, para condenar al mundo, sino para que por su medio el mundo se salve.

18 Quien cree en él, no es condenado; pero quien no cree, ya tiene hecha la condena; por lo mismo que no cree en el nombre del Hijo unigénito de Dios.

19 Este juicio de condenacion consiste, en que la


    v. 10. sobre el corazon nuevo, que pedian á Dios que crease en ellos.

  1. Aun despues de haber bajado á la tierra.
  2. Num. XXI. v.9.