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CAPÍTULO XXII.

50 Y uno de ellos hirió á un criado del príncipe de los sacerdotes, y le cortó la oreja derecha.

51 Pero Jesus tomando la palabra, dijo luego: Dejadlo, no paseis adelante. Y habiendo tocado la oreja del herido, le curó.

52 Dijo despues Jesus á los príncipes de los sacerdotes, y á los prefectos del Templo, y á los Ancianos que venian contra él: ¿Habeis salido armados con espadas y garrotes como contra un ladron?

53 Aunque cada dia estaba con vosotros en el Templo, nunca me habeis echado la mano; mas esta es la hora vuestra, y el poder de las tinieblas.

54 En seguida prendiendo á Jesus, le condujeron á casa del Sumo sacerdote; y Pedro le iba siguiendo á lo léjos.

55 Encendido fuego en medio del átrio, y sentándose todos á la redonda, estaba tambien Pedro entre ellos.

56 Al cual como una criada le viese sentado á la lumbre, fijando en él los ojos, dijo: Tambien este andaba con aquel hombre.

57 Mas Pedro lo negó, diciendo: Muger, no le conozco.

58 De allí á poco mirándole otro, dijo: Sí, tú tambien eres de aquellos. Mas Pedro le respondió: ¡Oh hombre! no lo soy.

59 Pasada como una hora, otro distinto aseguraba lo mismo, diciendo: No hay duda, este estaba tambien con él, porque se vé que es igualmente de Galilea.