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CAPÍTULO XI.

33 Nadie enciende una candela, para ponerla en un lugar escondido, ni debajo de un celemin; sino sobre un candelero, para que los que entran, vean la luz.

34 Antorcha de tu cuerpo son tus ojos. Si tu ojo estuviere puro y sano, todo tu cuerpo será alumbrado; mas si estuviere dañado, tambien tu cuerpo estará lleno de tinieblas.

35 Cuida pues de que la luz que hay en tí, no sea ó no se convierta en tinieblas.

36 Porque si tu cuerpo estuviere todo iluminado, sin tener parte alguna oscura, todo lo demas será luminoso, y como antorcha luciente te alumbrará.

37 Así que acabó de hablar, un Fariseo le convidó a comer en su casa, y entrando Jesus en ella, púsose á la mesa.

38 Entónces el Fariseo, discurriendo consigo mismo, comenzó á decir: ¿Por qué no se habra lavado antes de comer?

39 Mas el Señor le dijo: Vosotros ¡oh Fariseos! teneis gran cuidado en limpiar el exterior de las copas y de los platos; pero el interior de vuestro corazon está lleno de rapiña y de maldad.

40 ¡Oh necios! no sabeis que quien hizo lo de afuera, hizo asimismo lo de adentro.

41 Sobre todo, dad limosna de lo vuestro que os sobra, y con eso alcanzaréis de Dios que todas las cosas estaran limpias en órden á vosotros.

42 Mas ¡ay de vosotros, Fariseos, que pagais el diezmo de la yerbabuena, y de la ruda, y de toda