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CAPÍTULO VIII.

47 En fin ¡viéndose la muger descubierta, llegóse temblando, y echándose á sus pies, declaró en presencia de todo el pueblo la causa por que le habia tocado, y cómo al momento habia quedado sana.

48 Y Jesus le dijo: Hija, tu fé te ha curado; véte en paz.

49 Aun estaba hablando, cuando vino uno á decir al gefe de la Synagoga: Tu hija ha muerto, no tienes que cansar ya al maestro.

50 Pero Jesus, así que lo oyó, dijo al padre de la niña: No temas, basta que creas, y ella vivirá.

51 Llegado á la casa, no permitió entrar consigo á nadie, sino á Pedro, y á Santiago, y á Juan, y al padre, y madre de la niña.

52 Entre tanto lloraban todos y plañian la niña golpeándose el pecho. Mas él dijo: No lloreis, pues la niña no está muerta, sino dormida.

53 Y se burlaban de él, sabiendo bien que estaba muerta.

54 Jesus pues la cogió de la mano, y dijo en alta voz: Niña, levántate.

55 Y de repente volvió su alma al cuerpo, y se levantó al instante. Y Jesus mandó que le diesen de comer.

56 Y quedaron sus padres llenos de asombro, á los cuales mandó que á nadie dijesen lo que habia sucedido.