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CAPÍTULO X.

una aguja, que el entrar un rico semejante en el reino de Dios.

26 Con esto subía de punto su asombro, y se decian unos á otros: ¿Quién podrá pues salvarse?

27 Pero Jesus, fijando en ellos la vista, les dijo: A los hombres es esto imposible, mas no á Dios; pues para Dios todas las cosas son posibles.

28 Aquí Pedro tomando la palabra, le dijo: Por lo que hace á nosotros, bien ves que hemos renunciado todas las cosas, y seguídote.

29 A lo que Jesus respondiendo, dijo: Pues yo os aseguro que nadie hay que haya dejado casa, ó hermanos, o hermanas, ó padre, ó madre, ó hijos, ó heredades, por amor de mí y del Evangelio,

30 que ahora mismo en este siglo, y aun en medio de las persecuciones, no reciba el cien doblado por equivalente de casas, y hermanos, y hermanas, de madre, de hijos y heredades, y en el siglo venidero la vida eterna.

31 Pero muchos de los que en la tierra habrán sido los primeros, serán allí los últimos; y muchos de los que habrán sido los últimos, serán los primeros.

32 Continuaban su viage subiendo á Jerusalem; y Jesus se les adelantaba, y estaban sus discípulos como atónitos; y le seguían llenos de temor. Y tomando á parte de nuevo á los doce, comenzó á repetirles lo que habia de sucederle.

33 Nosotros, les dijo, vamos, como veis, á Jerusalem, donde el Hijo del hombre será entregado á los príncipes de los sacerdotes, y á los Escribas, y An-