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CAPÍTULO XXVII.

39 Y los que pasaban por allí, le blasfemaban y escarnecian meneando la cabeza, y diciendo:

40 Hola, tú que derribas el Templo de Dios, y en tres dias le reedificas, sálvate á tí mismo: si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz.

41 De la misma manera tambien los príncipes de los sacerdotes, á una con los Escribas y los Ancianos, insultándole, decian:

42 A otros ha salvado, y no puede salvarse á sí mismo: si es el rey de Israél, baje ahora de la cruz, y creerémos en él:

43 él pone su confianza en Dios: pues si Dios te ama tanto, líbrele ahora, ya que el mismo decia: Yo soy el Hijo de Dios.

44 Y eso mismo le echaban en cara aun los ladrones [1] que estaban crucificados en su compañía.

45 Mas desde la hora sexta hasta la hora de nona quedó toda la tierra cubierta de tinieblas.

46 Y cerca de la hora nona esclamó Jesus con una gran voz, diciendo: Elí, Elí, lamma sabacthani? esto es: Dios mio, Dios mio, ¿por qué me has desamparado?

47 Lo que oyendo algunos de los circunstantes, decian: A Elías llama este.

48 Y luego corriendo uno de ellos tomó una esponja, empapóla en vinagre, y puesta en la punta de una caña, dábasela á chupar.


  1. Aquí se usa la figura enálage; y así el sentido es, uno de los dos ladrones.