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CAPÍTULO III.

Vuélvete corriendo: aseméjate, querido mio, á la corza, y al cervatillo que se crian en los montes de Bether.

CAPÍTULO III.
§. I. Desvelos de una alma que busca á su esposo Jesu-Christo; y cómo después de hallado, le ha de conservar en su corazón.

1 Mas ¡ay! que todo fue un sueño. En mi lecho eché de menos por la noche al que ama mi alma: andúvele buscando, y no le encontré.

2 Me levantaré, dije, y daré vueltas por la ciudad [1], y buscaré por calles y plazas al amado de mi alma. ¡Ay! le busqué, mas no le hallé.

3 Encontráronme las patrullas que rondan por la ciudad, y les dije: ¿No habéis visto al amado de mi alma?

4 Cuando hé aquí que á pocos pasos me encontré al que adora mi alma: asíle, y no le soltaré hasta haberle hecho entrar en la casa de mi madre, en la habitación de la que me dió la vida.

5 Esposo. Oh hijas de Jerusalem, conjuróos por


  1. Esta ciudad es Jerusalem, figura de la Iglesia. Esto indica á las almas deseosas de agradar á su divino Esposo, que no hay que pensar en hallar á Dios descansando en la ociosidad y tibieza espiritual: no hay peligro ni riesgo que no debamos arrostrar cuando se trata del amor de nuestro Esposo celestial; y aunque no le hallemos luego, no debemos por eso desmayar. Todo esto hizo María Magdalena, que era figura de la Iglesia, al buscar á Jesús. Joan. XX. v.1, 2, 13, 17. En este capítulo comienza el tercer dia ó noche de las fiestas.